Si algo tienen en común los científicos y los niños es su curiosidad, sus ganas de conocer y de saber más; de jugar con el mundo y sacudirlo para que caigan todos sus secretos. De esto se trata la Ciencia: más allá de aparatos sofisticados y ecuaciones inescrutables, es cuestión de mirar con otros ojos, de volver a la edad de los porqués, al juego de química, a los rompecabezas.
En definitiva, la investigación no es más que la profesionalización del científico que todos llevamos adentro. Y en este sentido no hay mucho que inventar: la única forma de aprender ciencia es haciendo ciencia. En otras palabras, se debe recorrer el mismo camino de los investigadores cuando se enfrentan a un problema: mirarlo por todos lados, hacerle preguntas y sobre todo, experimentar hasta poder formular otras preguntas… y así sucesivamente.
Eso es lo que recibe el pomposo nombre de Método Científico, pero también es, ni mas, ni menos, lo que hace cualquier chico cuando quiere saber porque su autito dejó de andar o como responden las tortugas a la luz. Definitivamente investigar y experimentar son muy buenas maneras para que los niños aprendan ciencia y aumenten su conocimiento sobre las ideas científicas. Las ciencias prácticas también ayudan a los niños a razonar críticamente y sentirse más seguros de su propia habilidad para resolver problemas.
Los niños pequeños en particular se interesan mucho en las cosas que pueden tocar, manipular y cambiar; y por las situaciones que les ayudan a descubrir qué es lo que sucede a su alrededor. Enseñar ciencias no tiene como objetivo la formación de futuros científicos; la idea es aprovechar esta herramienta tan poderosa para lograr que los niños puedan tomar decisiones racionales, comprender su mundo y por qué no, querer cambiarlo, aunque sea un poco. En definitiva: se debe enseñar ciencia para formar mejores personas, mejores ciudadanos.
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Excelente